30 de junio de 2011

Pérdida y esperanza


"Hemos perdido el sentido mismo de toda actividad humana: asegurar la vigencia de un orden en que coincidan la conciencia y la inocencia, el hombre y la naturaleza...
Quien ha visto la Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre".

Aunque su reacción en 1994, en los últimos años ya de su vida a la rebelión zapatista en Chiapas no nos gustó a muchos, estas frases de su luminoso ensayo saltaron con vida propia de las páginas esta mañana y me parecieron inspiradoras.

Como inspiradora me parece esta optimista canción de Des´ree:


Y, para terminar de ponernos a todo, una bella canción con uno de los títulos más lindos de la historia de la música moderna: L´amour a touts les droits et nous touts les devoirs (El amor tiene todos los derechos y nosotros todos los deberes), de Ismael Lô:


26 de junio de 2011

Amigos que regalan libros

Hay amigos que te regalan libros. Algunos lo hacen como rutina, otros para devolver favores o acallar viejos rencores. Siempre me gusta que me regalen un libro. Sobre todo cuando con él la otra persona te entrega además un puñado de buenos deseos y una parte de su espíritu en forma de amistad. Tengo la suerte de que muchos de los libros que me regalan cumplen estos últimos requisitos. Para compartir a mi vez esos regalos traigo aquí alguno de esos libros.
Niños en su cumpleaños es un delicioso cuento de Truman Capote (gracias, Concha). Una breve y  profunda historia de amor y amistad ambientada en el sur de los Estados Unidos que en apenas 60 páginas crea un universo perfecto en torno a la enigmática figura de Miss Bobbit, una niña de diez años de edad que revoluciona la vida de todos los habitantes de un pequeño villorrio. Sobre todo, la de Billy Bob. Capote habla del amor que siente B.B. por ella y describe en una magistral frase el temor de hallarse al descubierto que supone estar enamorado:

"Ella era su parte extraña: el árbol de nogal, el gusto por los libros, querer a alguien lo suficiente para dejarse lastimar, las cosas que tenía miedo de mostrar a los demás"

El caso de Perros en la playa, el último libro de Jordi Doce, es distinto. Lo es porque estamos hablando de un doble regalo. Jordi me ha regalado su libro físicamente, pero ha hecho un regalo previo, más generoso y amplio, que es escribir este compendio de aforismos y diversas otras piezas de escritura fragmentaria que incluyen poemas, pequeñas narraciones, pensamientos negros, blancos, puros e impuros de un hombre corriente expresados en un lenguaje delicado, tallado con el esmero de un maestro ebanista que ama profundamente su trabajo. El libro de Jordi ha sido amplia y merecidamente reseñado. Se han destacado fragmentos, se ha hablado de su forma y de su fondo. Yo sólo quiero traer aquí una experiencia personalísima. Una iluminación profana que me provocó el libro de Jordi. Mi caída del caballo no tuvo lugar camino de Damasco, sino en el metro. Concretamente, en la estación de Ópera, en mi cotidiana ascensión de la línea de Ramal a la línea 2. Abrí el libro por su última hoja y allí me deslumbraron los últimos versos del poema que da por concluido el libro:

"Aquí dentro la vida insiste una vez más
y la sangre se mueve, no sabe estarse quieta,
no sabe estar. Circula,
y es unos pies que bailan en la arena,
el brillo de la arena bajo el sol.
Algo debe ceder en ti para que seas".

De repente, sentí que alguien comprendía, porque había vivido experiencias similares a las mías, mi existencia. Y eso hizo comprensibles, porque además ahora las podía expresar, muchas cosas vividas desde muchos años atrás. Y muchas cosas vividas también en este instante tan rico de mi vida. La lectura del poema fue todo eso y mucho más: una lección de filosofía, una edición resumida de miles de libros de autoayuda convergiendo hacia mí en un rayo de luz cegador. Un enorme regalo que iluminó todo el día. 

Para seguir con el tono sentimental, algunas canciones de amor y un poema desesperado:

"Y todos mis amigos están profundamente dormidos
en lugares elevados y de empinado acceso
sus cuerpos desgarrados en cruces
que sus visiones pretendían saltar 
Y entre sueño y sueño odian
la compañía que otorgan"




11 de junio de 2011

8 de junio de 2011

Lecturas - "A sangre y fuego"

Acabo de terminar A sangre y fuego. Héroes, bestias y mártires de España, un libro del hasta hace unos años casi desconocido periodista sevillano Manuel Chaves Nogales. Hombre de la República -"Yo era eso que los sociólogos llaman un "pequeñoburgués liberal", ciudadano de una república democrática y parlamentaria", dice en el prólogo-, ajeno y repugnado por los excesos de uno y otro bando -"antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en las virtudes salutíferas de las grandes conmociones", asegura-, Chaves Nogales permaneció en Madrid, dirigiendo el periódico Ahora hasta que, en noviembre del 36, con las tropas franquistas a las puertas de Madrid, el Gobierno decide trasladarse a Valencia. Entonces, él da por concluido su compromiso con la República y, asqueado, se exilia en París.
No voy a hacer un tratado sobre un tipo al que acabo de conocer, pese a lo mucho que simpatizo con alguien que coincide con mi visión de la Segunda República (recurriendo al viejo dicho -los viejos dichos son muy sabios en muchas ocasiones-: "entre todos la mataron y ella sola se murió"). 
Pero sí quería traer aquí el libro y, sobre todo, una de las frases del libro que sintetizan, a mi entender, buena parte del horror y el absurdo de aquella contienda que sigue marcando -innecesariamente, desde mi punto de vista- la vida pública española.
"Tuvo lástima de aquel hombre y de él mismo y de todos los hombres que como ellos guerreaban, morían y mataban, héroes, bestias y mártires sin vocación heroica, sin malos instintos y sin espíritu de sacrificio o santidad".
En fin, terminemos, como siempre, con unos minutos musicales:



7 de junio de 2011

Interrogantes en el metro


¿Nos podrá desvelar esta extraña máquina amarilla el sentido de la vida y el universo?
Por si acaso, acudamos a fuentes más canónicas:

6 de junio de 2011

Superhéroes de ayer y de hoy


De izquierda a derecha: Jack Skeleton, Walter Benjamin, Darth Vader y Batman y Robin. La mezcla puede parecer aleatoria, pero no lo es. Responde perfectamente al espíritu de la posmodernidad. Lean a Jameson y sabrán de qué estoy hablando (como buen periodista, cito a Jameson sin haberlo leído, claro).
En fin, les dejo con otro superhéroe (pregúntenles a las mujeres de entre 35 y 50, si tienen alguna duda).

Una extraña pareja


La playa te da sorpresas.
La vida también (lo dice Rubén Blades)

4 de junio de 2011

Postal desde Costa de Marfil - Los refugiados de Duékoué

Esta vez la postal no la escribo yo, sino un misionero llamado Vicente Grupeli. Un tipo con más de 30 años de experiencia en África que acaba de vivir un periodo terrible en la historia de Costa de Marfil. Yo sólo recogí su historia para la revista 21 que acaba de llegar, calentita, a casa. Para los que no tienen la suerte de recibirla, aquí posteo la redacción original del artículo. Las fotos que lo acompañan han sido suministradas desde la misión salesiana de Duékoué.

Costa de Marfil
Un patio lleno de refugiados, un país lleno de incógnitas
En la trastienda de todas las guerras, grandes y pequeñas, se ocultan miles de historias en las que horror y angustia conviven con generosidad y altruismo. Desde el corazón del conflicto que ha vivido Costa de Marfil, el misionero español Vicente Grupeli nos da cuenta de una de ellas de la que es, en gran parte, protagonista.



Años turbulentos
El pasado 11 de abril, tropas leales a Alassane Ouattara, apoyadas por fuerzas francesas y cascos azules de la ONU, entraron en la residencia fortificada de Laurent Gbagbo en Abiyán y pusieron fin a la breve guerra civil que vivió Costa de Marfil tras las elecciones presidenciales de noviembre del año pasado.
Los problemas en Costa de Marfil habían comenzado mucho antes del pasado mes de noviembre. Tras el reinado de Houphouët-Boigny, el padre de la patria que gobernó el país con una mezcla de paternalismo y dictadura desde la independencia hasta su muerte en 1993, las costuras de un país multiétnico empezaron a descoserse.
En 2002 estalló la guerra civil. En el norte, las Fuerzas Nuevas, se alzaron contra el gobierno del sureño Laurent Gbagbo. Los combates duraron relativamente poco, pero el camino hacia la paz fue largo y tortuoso. Sólo después de siete años se lograron convocar unas elecciones que deberían dar paso a la reconciliación nacional.
Todo indica que, pese a los muchos matices que se puedan hacer, los comicios los ganó Alassane Ouattara, un norteño de ascendencia burkinabe. Pero el presidente Gbagbo se negó a dejar el poder. Estalló una verdadera pero fulgurante guerra civil que ha dejado muchos daños colaterales y un país de nuevo dividido.
Ahora, las incógnitas acechan a Costa de Marfil. ¿Ha supuesto el ascenso al poder de Ouattara el fin del conflicto? ¿Logrará el nuevo Gobierno ser el Gobierno de todos? ¿Podrán recuperar pronto la normalidad en sus vidas los más de un millón de refugiados y desplazados internos que el último estallido de violencia ha causado?



Un campo de refugiados en el patio
Mientras el país se hace esas preguntas, el misionero español Vicente Grupeli sigue trabajando para dar atención a los todavía 25.000 refugiados que se amontonan en las dos hectáreas (el equivalente a dos campos de fútbol) que ocupan las instalaciones de la misión salesiana en Duékoué. Aunque la situación sigue siendo preocupante, no es el agobio acuciante de los últimos días de marzo y primeros de abril, cuando los combates ocasionaron una avalancha de casi 30.000 personas que inundó el recinto.
En aquellos días, un grupo de una veintena de personas, incluyendo a los dos sacerdotes salesianos que actualmente forman la comunidad y a varios voluntarios laicos, tuvo que hacerse cargo a duras penas de las necesidades de toda esa gente. Hoy su trabajo cuenta con el apoyo de más de un centenar de trabajadores a tiempo completo o parcial de las varias ONG y agencias humanitarias internacionales que han llegado a la zona, y que en los días de conflicto brillaban por su ausencia.
Aunque el problema de la atención y la reubicación de la gente le preocupa, y mucho, el padre Grupeli ya no está desbordado, y eso se nota en el buen humor y la relativa tranquilidad que desvela su voz, lejos de “la impotencia y la rabia” que sentía a finales de marzo. Hay un proyecto para crear un campo de refugiados en la región que avanza, aunque mucho más lentamente de lo que cabría esperar. Y la situación en el patio de la misión mejora. El padre Grupeli lo resume gráficamente en una frase: “en los últimos diez días hemos tenido menos de un muerto por día”.
En medio de esta relativa calma, este sacerdote salesiano originario de Guadalajara, nos dedica una larga conversación telefónica en la que relata cómo la situación se normaliza muy lentamente y evoca el caos en que ha vivido inmerso Duékoué durante los últimos meses.



Una tensión creciente
Aunque el periodo electoral ya fue tenso, la situación empezó a torcerse definitivamente a mediados de diciembre. El día 16 las milicias pro-Ouattara se acercaban a la ciudad. Mucha gente acudió a refugiarse a la parroquia mientras en la calle militares leales a Gbagbo hacían una demostración de músculo sacando un tanque a la calle y quemando munición contra nadie. Los tiroteos se repitieron en los días siguientes, así como las noticias de aldeas cercanas asaltadas y quemadas.
Pese a que los sacerdotes de la misión, sus colaboradores laicos y otros líderes espirituales y sociales intentaron calmar los ánimos de la población, la gente tenía miedo. El viernes 17 por la tarde, un censo apresurado dio como resultado que en el patio de la misión se alojaban ya 630 personas. Al día siguiente, voluntarios de la ciudad empezaron a cavar en el patio letrinas, en previsión de lo que pudiera pasar.
En una carta dirigida a sus familiares la víspera de Navidad, el padre Grupeli se mostraba pesimista: “se dan ya todas las condiciones para una guerra civil”. Y añadía: “más que a la llegada de los militares rebeldes, tenemos miedo a que finalmente jóvenes de ambos bandos políticos que coinciden con dos barrios de Duékoué en los que la población tiene un origen étnico muy definido, decidan atacarse; tienen armas y se tienen odio”.
La situación empeoró tras el cambio de año. El 3 de enero, una mujer diola murió en el asalto a un autobús, lo que terminó por soliviantar a los jóvenes de su etnia, mayoritariamente pro-Ouattara, que empezaron a recorrer la ciudad profiriendo amenazas contra los gueré, mayoritariamente pro-Gbagbo.
Los intentos de mediación de líderes religiosos y civiles no dieron resultado. En un barrio diola, el mismo párroco fue alcanzado por una pedrada. Las quema de casas y los saqueos se extendió por toda la ciudad. El miedo se desbordó. A finales de esa semana, un recuento de la gente que dormía en la parroquia sumaba 12.700 personas. Una semana después, eran 14.000.
La tensión creciente se desbordó el 28 de marzo, cuando finalmente las milicias pro-Ouattara entraron en la ciudad, después de dejar un rastro sangriento en los poblados de los alrededores. Se ensañaron principalmente con el barrio gueré de Carrefour, en gran parte destruido y saqueado. Muchas personas fueron desalojadas de sus casas sin dejarles recoger sus pertenencias. Parte de ellos huyeron a los bosques y zonas de maleza cercanas. Otros muchos buscaron refugio en la misión católica, ese mismo día o los siguientes.



El estallido de la violencia
Estos desalojos y saqueos no fueron los únicos actos de violencia. Se habla de cerca de 800 muertos durante la toma de Duékoué. Algunos especulan con una cifra mayor. Otros dicen que es una estimación exagerada. El Gobierno de Ouattara ha reconocido 350 muertos, y ordenado una investigación sobre los hechos.
Las imágenes del canal France 24, que visitó la zona a los pocos días de los hechos, son elocuentes: casas quemadas, huellas de disparos y montones de cadáveres esparcidos por el suelo. A veces, son muertos aislados. En otras ocasiones, grupos de hasta una docena de cuerpos yacen juntos. Hay pozos de agua envenenados por el procedimiento de arrojar muertos en ellos. El ansia de destrucción de algunos tenía pocos límites.
En medio de esta situación, el padre Grupeli afirma que no sintió miedo. El día de la toma de la ciudad, los milicianos llegaron a las puertas de la misión y demandaron insistentemente entrar. Pero los sacerdotes lograron tranquilizarlos. Desaparecieron algunas pequeñas motos y jóvenes exaltados no han dejado de armar gresca en las cercanías de la misión, pero sin intentar asaltarla, lo que hubiera podido degenerar en una auténtica masacre.
Los milicianos que llevaron a cabo el asalto a Duékoué fueron pronto sustituidos por militares fieles a Ouattara, con lo que el respeto hacia la misión se hizo todavía más patente. Incluso ministros del nuevo presidente se han interesado repetidamente por la situación de los misioneros y de la gente acogida, ya sea por verdadera buena voluntad o porque, como ha dejado caer siempre que ha podido el padre Grupeli: “no será ninguna gloria para ningún presidente que en este campo de refugiados se produzca una masacre”.
Dentro de sus muros, sin embargo, la situación no era idílica. “El 10 de abril hicimos un censo que dio como resultado la cifra de 27.000 personas durmiendo dentro de nuestras instalaciones. Cuando llegaba la noche, aseguro que no es una exageración, no había sitio donde poner el pie, porque estaba todo lleno de gente. En el mes de abril murieron más de 50 personas por desnutrición, malaria, disentería... Sobre todo, niños y personas mayores. También alguna mujer. Las condiciones higiénicas eran horrorosas. No había alimentos, no había medicinas, la gente dormía al raso, aguantando a veces la lluvia”.



Días de rabia e impotencia
En esos días, el padre Grupeli sí que sintió “rabia e impotencia”. Pese a sus numerosas llamadas de auxilio, las ONG y agencias internacionales no empezaron a aparecer hasta días después. A los tres días de la gran avalancha de refugiados llegó la Cruz Roja. Sólo una semana después llegaron los primeros funcionarios del Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El sacerdote español clama contra la lentitud de la respuesta de las agencias internacionales en situaciones de máxima emergencia como la que vivían en la misión de Duékoué: “deberían actuar con la máxima rapidez, incluso aunque exista peligro”.
Sin haber visitado el terreno, las imágenes del canal France 24 dan buena cuenta de lo que ha sido el campamento de refugiados de Duékoué durante buena parte del mes de abril: una marabunta de gente apiñada en la que voluntarios retirando en una camilla de tela el cadáver de alguien que no pudo más se cruzan con mujeres cocinando al aire libre en improvisados fuegos. Mientras, en unas dependencias parroquiales cercanas, unas voluntarias ayudan a una parturienta sin disponer siquiera de analgésicos para calmar mínimamente sus dolores.
En medio del caos dentro y fuera del patio, el padre Grupeli, su compañero de comunidad, el costamarfileño Cyprien Auré y un puñado de apenas dos decenas de voluntarios intentaron estirar los magros recursos de la parroquia para intentar alimentar, cobijar, proveer mínimos servicios de higiene a las casi 30.000 personas reunidas por el miedo. Esa cifra, teniendo en cuenta que Duékoué y sus poblados cercanos suman entre 100.000 y 120.000 habitantes suponía entre un tercio y una cuarta parte de la población de la zona.
“Los primeros días de abril fueron muy malos”, resume el sacerdote salesiano, que reconoce estar muy cansado después de todos los acontecimientos. Cuando le preguntas que por qué se quedó, asegura que “yo hice la opción de quedarme porque ésta es mi gente y éste es el lugar de mi misión”. ¿Y de dónde sacó las fuerzas para sobreponerse al horror circúndate? “De la oración, que hizo su trabajo y lo sigue haciendo”.



Una calma tensa y un futuro incierto
A día de hoy, la tormenta ha dado un respiro, pero las aguas continúan revueltas. El conflicto de Costa de Marfil, contra lo que muchos han dicho, no tiene una dimensión religiosa, pero sí una fuerte dimensión étnica. La mayoría de los acogidos por la misión pertenece a la etnia gueré y su sola pertenencia al grupo étnico les marca.
La situación todavía es tensa. Muchos de los refugiados en la misión no se atreven a salir del recinto más que de día. Aunque los incidentes armados casi han desaparecido, todavía se siguen dando casos de violaciones o de robos aislados perpetrados por los vencedores. Nadie quiere arriesgarse a perder lo poco que le queda. “Conseguir que tengan la confianza suficiente para volver a sus casas, muchas de las cuales están destruidas total o parcialmente va a llevar tiempo”.
Muchos de los habitantes del campo de refugiados salen por el día para visitar sus casas o empezar a reactivar sus pequeños negocios. Venden o compran en las calles y en el campo, intentan rescatar algo de sus pertenencias o arreglar mínimamente los desperfectos causados por la ira en sus viviendas.
Pero al acercarse la noche, el miedo los impulsa a volver a la misión. Ni siquiera el principio de orden que parece haber instaurado la nueva administración ni las patrullas de los cascos azules marroquíes de la misión de pacificación de la ONU en Costa de Marfil les hace sentirse seguros. “El retorno tiene que ser voluntario. No tendría sentido, si no. Va a costar. Va a ser un proceso lento”.
En Duékoué queda todo un proceso de reconstrucción físico, psíquico y sociológico. Las instalaciones de la misión están muy deterioradas, y seguirán deteriorándose mientras soporten la actual sobrecarga de gente. Hay zonas enteras de la ciudad y poblados enteros de los alrededores que han sido destruidos. Los enfrentamientos políticos e interétnicos han dejado un cargado ambiente de odio. Los muertos han sido sobre todo hombre, por lo que hay una gran cantidad de viudas y huérfanos que deben enfrentarse a una vida totalmente nueva en un país con pocos servicios sociales garantizados por el Estado.
Mirando más allá del patio de la misión y de Duékoué, el padre Grupeli vaticina todavía meses difíciles para el país. “Hay todavía muchas fuerzas fuera de control”. Mucha arma y mucho odio escondido. Y muchos pasos que dar para conseguir una estabilidad política e institucional: terminar de desarmar a los milicianos propios y ajenos, lograr la unificación de los dos ejércitos, garantizar la libertad de expresión en un país que acaba de salir de una guerra civil tan breve como dolorosa, lograr integrar en la vida política e institucional al bando perdedor, investigar los abusos cometidos durante la contienda.
Queda por despejar la incógnita de si el actual Gobierno conseguirá recorrer ese camino con firmeza. En función de su habilidad o de su torpeza, cada movimiento puede servir para empezar a cerrar o para poder volver a abrir heridas. “Es un desafío titánico”, asegura al otro lado de la línea telefónica el padre Grupeli, salesiano con más de 30 años de experiencia africana. Pero se niega a pensar que es un imposible.