3 de mayo de 2012

Gervasio Sánchez, un fotógrafo imprescindible

Hace unos días me llegó el momento de visitar la exposición antológica de Gervasio Sánchez, instalada desde hace un par de meses en Tabacalera. Gervasio es un periodista imprescindible. No sólo es fotógrafo, aunque se le conoce sobre todo como tal.
Las fotos de Gervasio son directas, crudas a veces. Reflejan el horror. El horror del que hablaba Joseph Conrad en El Corazón de las tinieblas, a través de Kurtz que luego encarnaría Marlon Brando en Apocalypse Now.


Es el horror de gentes destrozadas por la guerra. El horror del odio, el horror de lo inhumano. Porque para cometer las masacres que Sánchez ha visto en Sierra Leona, Congo o Guatemala, la gente tiene que despojarse de su humanidad y negarle su humanidad a las víctimas.
En fin, hace unos meses tuve la suerte de entrevistarle para la revista 21. He aquí el resultado.


Gervasio Sánchez, periodista integral
“Odio a muerte la guerra”

A Gervasio Sánchez le disgusta que no le reconozcan también como autor de reportajes de mérito y que la gente se quede con su faceta de fotógrafo, pero es que es un fotógrafo muy grande. Que escribe, y muy bien, lo prueba, por ejemplo, su blog Los desastres de la guerra, una excelente ventana al mundo. También colabora habitualmente con varias radios. Por su multidisciplinariedad y por la coherencia de su trabajo, que ha merecido entre otros muchos premios el Nacional de Fotografía, le aplicamos el calificativo de integral (y hacemos de esta entradilla casi el acta de un jurado). Sánchez pertenece a una especie casi en vías de extinción: el periodista independiente que defiende su trabajo con fiereza y un gran sentido del autorespeto. Son cosas que escasean en estos tiempos de miseria moral. Busca contar la verdad de la guerra y para ello se fija en lo único indiscutiblemente cierto en todo conflicto: el sufrimiento de las víctimas. Lo pueden ver en su exposición Vidas Minadas, que recorre toda España. Pero incluso los contadores de sufrimiento tienen sentido del humor.


-Nacido en Córdoba, hizo de Zaragoza su base de operaciones hace 25 años. Si le damos por aragonés, usted es de los tres más universales, junto con Goya y Buñuel. Aunque sólo sea por tanto viaje como se gasta.
-Que me coloque junto a esos dos genios me llena de orgullo. Yo sólo soy un periodista y un fotógrafo.

-Imagino que su familia le ve a usted más por la foto ésa que deja uno de recuerdo que en persona, ¿no?
-El no ser asalariado tiene la ventaja de que no tienes que ir a trabajar ocho horas todos los días. Por eso, cuando no estoy de viaje, todo el tiempo es para mi mujer y mi hijo. Por otra parte, creo que importa más la calidad que la cantidad. Y tengo la suerte de haber dado con una compañera muy comprensiva y generosa que acepta mi trabajo.

-¿Le queda algún país del mundo por visitar?
-He visitado unos cien países. Como son alrededor de 200, me queda la mitad. Uno de mis sueños es llegar a conocerlos todos, pero no sé si será posible.


-Perdone que insista: algo de maño tiene que tener. Lo digo porque para dedicarse al reporterismo de guerra con la que está cayendo en el mundo del periodismo está sólo al alcance de los muy cabezotas.
-La cabezonería no es sólo una virtud o un defecto (según se mire) de los aragoneses. Todos los españoles somos muy cabezones y tendemos a insistir en llevar la razón siempre. Además, estas categorías no suelen responder a la realidad. Yo soy andaluz y, pese a nuestra fama que tenemos, soy más puntual y ordenado que cualquier alemán.

-Siempre he pensado que hay que decir las cosas claras. Y más ante los representantes políticos, porque son ellos los que pueden cambiar las cosas. Fui crítico, pero educado. Si digo lo que pienso con las palabras con las que lo pienso, me hubieran echado.

-Pese a todo, no le gusta nada la etiqueta de periodista comprometido
-Me molesta. Para mí, el periodismo es compromiso. Decir periodista comprometido es como decir taxista-taxista. Otra cuestión es cómo está el periodismo actualmente.


-Creo que era Robert Capa el que decía aquello de que si uno no tira buenas fotos es porque no se acerca lo suficiente. Sin duda, usted se acerca mucho.
-Sí, pero él, que está muy mitificado por la circunstancias de su muerte, no lo decía tanto por acercarse a situaciones de peligro como por implicarse realmente en el trabajo. El oficio hay que vivirlo, quererlo y practicarlo con rigor. En mi caso, mi oficio consiste sobre todo en acercarse a las víctimas de la guerra y documentar lo que les pasa. Esto no es ni mejor ni peor que el trabajo del periodista que hace tribunales.

-¿Y qué le lleva a uno a acercarse a lugares de los que todo el resto de personas, incluidos los lugareños, salen corriendo, en lugar de a los tribunales, por ejemplo?
-Supongo que tiene que ver con la infancia. Con los sueños de viajar que en mí despertaban los sellos, los nombres de las capitales del mundo, las monedas. Veía el periodismo como una oportunidad para viajar, una forma de poder ver el mundo.

-Dice que no le atraen las guerras. Es broma, ¿no?
-Nunca he ido a la guerra por que me atrayese. Tal vez al principio. Pero cuando ves lo que es una guerra… Yo la odio a muerte. Por eso me da tanta rabia el asunto de la venta de armas.


-Entonces, ¿cuál es el motivo para seguir yendo?
-Me parece importante documentar lo que ocurre en el lado oscuro de la historia: los conflictos y los miles de víctimas anónimas que provocan. Es un proceso doloroso, pero creo que es importante hacerlo.

-Asegura que no ha hecho un curso sobre fotografía en su vida. Viniendo de un Premio Nacional de Fotografía, esto puede ser una ruina para muchas escuelas de fotografía.
-Son tiempos distintos. En el 79, cuando yo estudiaba, no había más que cuatro facultades de periodismo y ninguna escuela de fotografía. Me hubiera venido muy bien una, pero tuve que aprender sobre la marcha.

-Es la primera vez que le dan ese premio a un fotoperiodista. ¿Se siente pionero?
-La verdad es que me sorprendió mucho. Me dio mucha alegría que se lo dieran a un fotoperiodista y, claro, que fuera yo. Hay muchos más que se lo merecen.

-Decía Kapuscinki que los cínicos no valen para este oficio ¿Cómo lo ve usted?
-Hay grandes periodistas que se han vuelto cínicos porque esta vida no es fácil. Se paga un alto precio personal en sobresaltos y soledades. Pero creer que se está de vuelta de todo es lo peor. En este oficio hay que seguir aprendiendo cada día.


-Va de citas la cosa. El Ché: “Endurecerse sin perder la ternura”. ¿Comulga con la idea?
-Los sobresaltos que conlleva el oficio te hacen endurecerte, claro. Al mismo tiempo, no hay que perder la ternura. Trabajas con materiales muy endebles: seres humanos que sufren mucho y que lo último que necesitan es un periodista que también les maltrate.

-Otra, más cercana, de Sabina: “Hotel, dulce hotel; hogar, triste hogar”.
-En Occidente hay mucha egolatría del dolor, mucho malditismo. Mucha gente va presumiendo por ahí de su herida, con pretensión de que es universal. La única herida universal es la de gente que está condenada a una vida de guerra, hambre o pobreza y que no puede elegir. Mucha gente debería darse una vuelta por el Tercer Mundo.

-Me consta que, a pesar de los pesares, ha vivido buenos momentos en su trabajo, incluso en contextos de máxima tensión.
-Cuando estás en medio de personas que sufren, también hay situaciones de gran belleza. Yo he hecho grandes amigos en mi trabajo. Amigos a los que confiaría mis preocupaciones antes incluso que a gente en principio más cercana.


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