8 de mayo de 2012

Madres

Las mujeres que aparecen en estas fotos no tienen nada que ver con mi madre, salvo en el hecho de que son madres.
Mi madre es una señora de 85 años, encorvada sobre sí misma, de pelo rabiosamente blanco, de discreta elegancia y de prudencia antigua. Una prudencia edificada a base de la más rancia educación católica y de una vida llena de sacrificios, siempre pensando en los demás, siempre llena de culpas, siempre evitando peligros y aventuras.
Mi madre me ha transmitido sus miedos y prudencias, no sé si a través del cordón umbilical o a través de muchos años de admoniciones, consejos conservadores, recomendaciones de prudencia.
Mi madre me ha transmitido también sus valores y gustos. Una consideración hacia los demás, un cuidado por nunca herir los sentimientos de los otros. Un sentido de la hospitalidad sin límites. Un sentido de la dignidad de la vida de todas las personas. Un gusto por las letras que cuentan tu vida y te cuentan las de otros.
Por supuesto, lamento los miedos y las prudencias, pero agradezco mucho más los valores. Y sé que es un paquete, que no me hubiera podido transmitir los unos sin los otros. Y, bueno, los miedos uno aprende a sobrellevarlos. Pero los valores y los gustos me han enriquecido tanto la vida, me han hecho tanto ser yo, con mis pros y mis contras...
No sé qué miedos y qué valores habrán transmitido estas madres a sus hijos e hijas. Ni siquiera sé si siguen vivas, porque se cruzaron en mi vida de turista mochilero hace cinco años en India, en la ciudad de Amritsar.
Pero me parecía buena idea utilizar sus fotos para rendir un minúsculo homenaje a mi madre a la que, últimamente, estoy empezando a aprender a querer.




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