17 de mayo de 2012

Samba



Libertad 8. Un café bien conocido de Madrid. Pocos espectadores, pero la magia lo llena todo.
Un tal Fred Martins, un cantante brasileño casi desconocido que suena a ratos a Caetano Veloso, a ratos a Renato Teixeira, a ratos a Paulinho da Viola me recuerda la magia olvidada del samba, ese ritmo lleno de alegría y de melancolía al mismo tiempo. Esa música que nos recuerda que la vida es el camino para la muerte y que no sabríamos reconocer la felicidad sin haber experimentado el dolor. Le acompaña Sergio Menem, un gran chelista argentino que suena tan bien como el gran Jacques Morelembaum y que con el sonido que arranca a sus cuerdas hace vibrar el dolor y la locura, el vértigo y el ansia que habita en uno.
Hacía tiempo que no intentaba seguir el ritmo sincopado de ese ritmo que mezcla la alegría de África y la profunda saudade de Portugal. Golpeo mis dedos y mis manos contra la mesa del local, olvidándome de mí y sumergiéndome en el torbellino sentimental de la música.
Me acompañan con su silencio y sus sonrisas, su calor y su saber estar, dos buenos amigos. Cotolo y Plaza son de esa gente que sabe estar sin decirte que están. Que saben aguantar tu mirada cuando está a punto de llenarse de lágrimas. No juzgan. Tan sólo abrazan sin abrazar. No gastan pólvora en fuegos artificiales, no anuncian con trompetas que son tus amigos. Pero son de ese tipo de gente que están ahí cuando necesitas un colchón, o que alguien te eche una mano con una mudanza. Pueden hacerte llorar regalándote un CD y olvidarse de su catarro para no dejarte ir solo al cine. O dedicarte una tarde entera en el chat para taponar una hemorragia sentimental.
Tienen sus propios dolores, pero los dejarán atrás para intentar aliviar los tuyos. No necesitan hacer mucho. Como los buenos futbolistas, basta con que estén en el lugar adecuado en el momento oportuno. Probablemente, ni siquiera toquen la pelota. Pero se ofrecen, crean espacios, descongestionan el campo, abren líneas de pase, nuevos horizontes para el juego. Son imprescindibles.
Como el samba, que es alegre y que es triste. Como el dolor de estar vivos, que nos recuerda que lo estamos. Como la alegría de estar vivos, que nos recuerda que todo merece la pena. "Es preciso que algo ceda para que seas", dice un amigo. Lo que tienen que ceder, pienso en esta noche, son las fronteras entre la tristeza y la alegría. Porque todo es vida. La muerte también lo es. También lo es el luto.
Vinicius de Moraes lo sabía muy bien. Él, que fue un gran vividor, decía que "es mejor ser alegre que ser triste, la alegría es la mejor cosa que existe, algo así como a luz en el corazón". Pero también decía que "para hacer un samba con belleza es preciso un montón de tristeza". Y Caetano y Gilberto lo corroboraban: "la tristeza es la señora, desde que el samba es samba es así". Os dejo con ellos y con su tristeza llena de alegría. Y con mi alegría llena de tristeza. Y con la vida llena de vida.








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