23 de mayo de 2012

Strangers in the night (Benarés)



Mirábamos casi asustados desde el hotel-refugio una escena que no entendíamos. A nuestros pies, uno de los ghats de Benarés, o Varanasi, como prefiráis. La ciudad más sagrada de las muchas ciudades sagradas de la India. Era casi medianoche y una considerable masa de gente seguía allí congregada no sabíamos bien para qué. Ni siquiera si era para algo concreto o porque, simplemente, no tenían otra cosa que hacer, otro sitio donde ir. Seres humanos reducidos a sombras y manchas de color en la distancia. Como si no hubiésemos viajado a India. Como si siguiéramos contemplando el país desde la lejanía de los documentales de la televisión. Cuando viajas, a veces pasa eso. Por mucho que intentes acercarte, no lo consigues. Continúas a miles de kilómetros de distancia, de miedo, de horror.
No me parece difícil que eso pase en Benarés, una ciudad absolutamente otra. Miradas duras al lado de las piras crematorias no sabes si te invitan a conocer una realidad o marcan el terreno. Y ese olor sofocante. Y ese desprecio por los cuerpos que tanto cultivamos e idolatramos en Occidente. Calles que apestan, con niños defecando sobre piedras quién sabe si centenarias. Procesiones de místicos enloquecidos. Templos a los que no se puede pasar. Restaurantes que venden cerveza a escondidas para no ofender a los locos de la pureza. Moribundos que aspiran a morir en el lugar que les deje más cerca de la estación final del ciclo de reencarnaciones que ponga fin a la condena a nuevas vidas de miseria y sufrimiento. Cadáveres a medio quemar o a medio pudrir bajan por el río Ganges, por cuyos elegantes meandros discurre el agua dulce probablemente más contaminada del mundo. Sin embargo, los devotos no se cansan de purificarse con ella. Se lavan con ella. Se la beben. Se la arrojan.
Toda esa locura mística de ojos inyectados en sangre y rostros contorsionados por el dolor y el éxtasis es Benarés. También más cosas. Pero eso os lo contaré en otro rato.
Por supuesto, no puedo cerrar este post sin un poquito de misticismo de tabla y sitar. Dos maestros, Ravi Shankar y Trilok Gurtu:



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