18 de agosto de 2012

On the beach (Ghaneando)


Esta barca, ¿está preparada para partir o acaba de llegar? No lo sé. A veces yo tampoco sé si me estoy yendo o estoy volviendo. Tal vez se debe a los genes gallegos que me consta que hay en la familia. Tal vez a falta de madurez. Tal vez a que los tiempos no son buenos para saber en qué punto estamos y adonde nos dirigimos.
Acabo de llegar de casi un mes de viaje por Ghana, Togo y Benín y se supone que estoy llegando. Se me acaba el contrato de alquiler y, un poco más allá, mi actual contrato de trabajo y puede que me toque partir. En fin, se supone que estoy acostumbrado y que no se me da mal hacer el equipaje. Eso es siempre una ventaja, supongo.
No os asustéis, no os voy aburrir con falsas (bueno, en este caso verdaderas) historias de viaje. El viaje está contado y bien contado por el amigo Ángel Gonzalo en su magnífico blog Ghaneantes. Indudablemente, algunas cosas irán saliendo en este cuaderno de bitácora desmañanado y deslabazado, sin otro propósito más cierto que el de sentirme más acompañado y escuchado. Pero no os voy a hacer un relato exhaustivo de todo lo vivido y soñado estos días.
Si os quiero contar una pequeña historia de esta foto. La foto está tomada en Dzita, un pueblo perdido de Ghana, pocos kilómetros al este del majestuoso estuario del río Volta. Llegué allí solo, buscando, en medio de un viaje a tres bandas, un poco de soledad y un hueco para hablar conmigo mismo, cosa de vez en cuando necesaria.
Así, tras salir de Ada Foah, me alojé en un sitio maravilloso, el Meet Me There African Lodge, un establecimiento regentado por un inglés de mediana edad llamado Hugh que, seis años después de instalarse aquí (bueno, allí), ha hecho del lugar un pequeño paraíso.
Después de acomodarme, aprovechando la caída de la tarde, esa hora bruja en que el calor da una tregua y la vida parece hacerse por fin dulce en África, salí con mi cámara a dar un paseo por la playa. Necesitaba ajustarme algunas cuentas, como digo y, a veces, el método peripatético es la mejor manera de hacerlo. Durante tres horas de caminata sin apenas ver a nadie miré hacia atrás y hacia delante en mi vida.
Maldije y di gracias, por supuesto. Me perdí en el espectáculo interminablemente fascinante de las olas del Golfo de Guinea azotando con furor la tierra de África. Como el baile de un derviche giróvago, el sonido del mar me sacó del mundo y me llevó dentro de mí. Y me hizo percibir algunas cosas desde un punto de vista nuevo. Algunos dicen que eso es poesía: cambiar el punto de vista. No lo sé. Si es así fue, desde luego, un momento poético.
No os apuréis ahora tampoco. No os voy a contar las, por otra parte modestas, revelaciones sobre mí mismo que tuve. Para eso están los terapeutas. Pero sí que quiero compartir una cosa con vosotros. Caí en la cuenta de que este verano hace 20 años que empecé a viajar. 
En estos 20 años ha habido viajes peores y mejores (sin duda, este último está entre los mejores), cercanos y lejanos, exóticos y civilizados. Pero ninguno de ellos me han dejado igual. Todos me han servido para aprender y para vivir más intensamente.
Esta madrugada de caluroso insomnio madrileño, como esa tarde de playa reflexiva en Dzita, un pueblo perdido de Ghana, pienso en algunos de ellos, los saboreo, los vuelvo a pasar por el corazón y me digo que, a fin de cuentas, puede que no sea tan malo estar yendo y viniendo y ser de maleta fácil. Como dice el lema de una conocida marca de ropa deportiva: Never stop exploring.



En fin, en consonancia con este post entre ñoño y triste, les dejo con una canción igualmente a medio camino entre la ñoñería y la melancolía: Chris Rea.

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