14 de septiembre de 2012

Postal desde Ghana - El ferry a Anyanui II

Son poco más de las ocho de la mañana cuando los motores del ferry empiezan a ronronear de una manera más insistente, el viejo barco gira sobre sí mismo y se enfrenta a la amplitud mercurial del Volta. Enfrente de nosotros, entre la bruma de la mañana que gira sobre sí misma, perezosa, reticente a convertirse definitivamente en día, distinguimos la draga del capitán Fadi, el vividor libanés que tan bien describiese Ángel en su blog hace unos meses, a quien he tenido el placer de conocer hace unos días y disfrutar de su generosidad.



El ímpetu de la aventura se frena en seco, pues volvemos a encarar la proa hacia tierra. Apenas unos cientos de metros más abajo del muelle de Lapaña, en la comunidad de pescadores cercana al camping de Maranathá ("ven Señor", si mi memoria de antiguo militante cristiano no me traiciona), paramos para recoger otro grupo de gente que incorpora su alegría de día de mercado a nuestro viaje. La operación se repite tres o cuatro veces hasta que llegamos al estuario del Volta, allí donde el gran río se junta con el mar. Entonces, viramos hacia el oeste para cruzar, ahora sí sin remisión, toda la amplitud de la corriente.
Seguimos recogiendo gente. Incluso en la islas privadas que puntean el mapa del tramo final del volta, propiedad la mayoría de ellos de adinerados libaneses que tienen sus negocios en Accra, la capital de Ghana, y su base para el reposo del guerrero aquí, hay personas (servidumbre, familia de la servidumbre, visitantes de la servidumbre que viven en las desparejadas chozas de paja que son las habitaciones de servicio de las espaciosas mansiones con embarcaderos de los nuevos y viejos ricos que habitan la zona) que embarcan con sus vestidos de mercado, sus mercancías de mercado o sus encargos de mercado para dirigirse a Anyanui. El nombre, a estas alturas, comienza a tener para nosotros resonancias casi de tierra prometida.


Atravesada ya la gran tribulación, el ferry emboca una amable zona de canales de agua tranquila, remansada, que discurre entre bosques de manglares rojos y blancos (no me preguntéis por la diferencia, no os la sabría explicar). Nuestros compañeros de viaje nos miran curiosos. Miran nuestras cámaras. Se dejan fotografiar y se excitan cuando ven el resultado de los mágicos click que ya nadie cree que roben el alma en la pantalla. Por los altavoces del barco, suenan atronados, roncos, metálicos, deliciosamente antiguos, viejos éxitos de high-life, la música del vino de palma típica del África Occidental, con su cadencia de palmeras meciéndose en el viento como pararrayos ancestrales que conectan la suave arena de playas infinitas con un cielo imposiblemente limpio y azul. Todo es suave y amable en esta mañana que sigue girando sobre sí misma, perezosa, brumosa, reticente a convertirse definitivamente en día.


Tras algo más de una hora de travesía, agazapado tras un recoveco del canal, aparece el muelle de Anyanui. Lleno de cargamentos de madera de manglar cortada, tiene un cierto aspecto dantesco, amenazante, de factoría de El Corazón de las Tinieblas. No hay tierra prometida, pero, al igual que el viaje a Ítaca, nuestro trayecto ha merecido la pena. No hemos visto monstruos, ni estragones. Quizás porque partimos ya libres de ellos. No los llevábamos dentro. Los habíamos dejado olvidados en algún rincón de Togo o Benín. O, simplemente, estaban hibernando en alguno de los muchos cuartos que tiene nuestro corazón (el eminente científico del alma humana, el doctor Gabriel García Márquez ya dejó establecido que el corazón tiene más cuartos que una casa de putas, es importante recordarlo cuando nos perdemos en alguno de ellos).



Pero basta de digresiones. Estamos en Anyanui y, en el fondo, nada es dantesco. La gente y la vida siguen siendo amables en este rincón del África. Sale por fin el sol y nos damos cuenta de que la mañana  ha dejado de girar sobre sí misma, se despereza definitivamente a pasos forzados y se encamina con decisión a florecer en día. 
En fin, os invito a desintoxicaros de tanto adjetivo escuchando un par de viejos éxitos de high-life. Espero que los disfrutéis.


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