14 de diciembre de 2012

Postal desde Ghana - Diciembre de elecciones

En el número de diciembre de la revista 21 acaba de salir publicado este artículo previo a las elecciones presidenciales y parlamentarias en Ghana, país que visité este pasado verano de la mano de Ángel Gonzalo y de su mujer, Elena, dos seres humanos increíblemente generosos.
Las elecciones tuvieron lugar el pasado 7 de diciembre y, como estaba previsto, el ganador fue John Mahama, candidato del partido gobernante. Pese a algunas protestas más bien minoritarias, acusando al Gobierno de adulterar los resultados, las elecciones se han desarrollado en medio de la calma general. Por encima de los muchos defectos que pueda tener la democracia en este Ghana, sus ciudadanos la aprecian por encima de muchas cosas. Ahí va el texto, por si sirve.


Una esperanza para África

Este mes de diciembre, Ghana celebra elecciones presidenciales y parlamentarias. Serán las quintas consecutivas desde que a comienzos de los noventa se restauró la democracia. Considerado un ejemplo para el resto de países de África, tanto por su democracia como por su alto crecimiento económico, el país no vive al margen de los problemas que afectan al continente, pero sus ciudadanos valoran, por encima de todo, la oportunidad de solucionarlos democráticamente.

Ghana. Su nombre tiene algo de mítico. El padre de la patria, Kwame Nkrumah, lo tomó de un antiguo imperio africano para sustituir a la colonialista denominación de Gold Coast (Costa del Oro). Para muchos, aquí empezó la moderna historia de África: en 1957, Ghana se convirtió en la primera colonia europea del África subsahariana en acceder a la independencia.

Actualmente, Ghana es una democracia consolidada y un país con unos índices macroeconómicos más que aceptables. Esa democracia se verá más consolidada cuando, a principios del mes de diciembre, Ghana celebre elecciones presidenciales. John Mahama, actual presidente tras la muerte en julio de John Atta Mills, es favorito para continuar con el Gobierno del Nuevo Partido Democrático (NDP, en siglas inglesas). Un gobierno que ha supuesto prosperidad para el país, sobre todo tras el descubrimiento y el comienzo de la explotación, en 2010, de los pozos de petróleo de la región de Tema, en la costa.


La muerte de Atta Mills dio paso a gigantescas manifestaciones de luto en todo el país. Este periodista estaba allí en esos días y pudo observar como prácticamente todo el mundo vestía prendas rojas y negras en señal de duelo. Enfrente de los edificios oficiales, grupos de decenas de personas se congregaban para cantar –o danzar– las alabanzas del difunto. La radio retransmitió las numerosas y prolijas ceremonias de los funerales al completo. La foto de un sonriente Atta Mills era omnipresente en grandes vallas publicitarias, sedes de su partido, mercados o capós de tro-tros (los minibuses que constituyen prácticamente el único medio de transporte público en el país).

También dio lugar a multitud de especulaciones. Aunque en Ghana la salud del presidente es considerada secreto de estado, se sabía que John Atta Mills padecía cáncer. Sin embargo, uno de los cotilleos favoritos en África cuando alguien muere más o menos repentinamente es la posibilidad de que haya sido envenenado. Y todo el mundo en Ghana, con mayor o menor grado de escepticismo, se hizo eco de la posibilidad.

Pero, por encima de especulaciones y lutos, dos palabras resonaban en las bocas de la gente: unidad democracia. El traspaso de poderes al vicepresidente, John Mahama, no supuso ningún problema. Todo el mundo aceptó el relevo con total normalidad.

Una historia convulsa

No siempre ha sido así en la historia de Ghana. Kwane Nkrumah, el padre de la patria, fue expulsado del poder mediante un golpe de estado en 1967. Su ideal visionario de un África unida le hizo perder pie en la realidad, y mientras el luchaba por unos Estados Unidos de África que blindasen al continente contra todo tipo de colonialismo o neocolonialismo, la vida del día al día se iba haciendo insufrible en un país mal gestionado en el que el mismo Nkrumah y la clase dirigente del partido único, el Partido de la Convención del Pueblo (CPP, en siglas inglesas), iba amasando ingentes fortunas.

Desde entonces hasta 1981, la vida política del país fue un vaivén infortunado de golpes militares, breves interregnos de precaria democracia y gobiernos corruptos. Jerry Rawlings, un carismático teniente de aviación mulato, puso fin a este estado de cosas. Tomó el poder e instauró una férrea dictadura de diez años. En 1990 comenzó una transición a la democracia no exenta de problemas. De hecho, algunos consideran que la dictadura duró de hecho hasta que en 2000 el triunfo en las elecciones del candidato de la oposición, John Kufuor, fue reconocido por Rawlings.

Tras los dos mandatos presidenciales de Kufuor, el NDP volvió al poder encabezado por el menos volcánico John Atta Mills. La alternancia fue pacífica. El país, en el que las divisiones étnicas existen pero no han generado alineamientos partidistas claros como en otros lugares de África aprendía a respirar en paz, y el hallazgo de petróleo supuso también una inyección de optimismo.

Accra, espejo de contradicciones


Accra, la capital de Ghana, es una caótica ciudad de más de dos millones de habitantes. La polución y un atasco de tráfico que al visitante le parece permanente son una de las constantes de su la vida de la ciudad. Una ciudad de contrastes que reflejan los contrastes del país. En las elegantes avenidas de la Independencia y de la Liberación y en la calle Oxford hacen su vida el personal de embajadas, compañías comerciales extranjeras y expatriados de las ONG y se encuentran los restaurantes chic, las embajadas y consulados occidentales, los grandes hoteles y las grandes oficinas bancarias.

Es una vida que nada tiene que ver con la de, por ejemplo, los habitantes de Jamestown Beach, un slum de precarias casas de madera en el que vive la comunidad de pescadores de la ciudad. Aquí, en temporada alta de pesca, llegan a vivir hasta 3.000 personas. Sin embargo, en un país cuya economía creció un 10% en 2011, la única escuela que existe en este o barrio que se extiende a la sombra del fuerte James, antaño símbolo del poder colonial inglés, es la que ha puesto en marcha la comunidad. Los pobladores de Jamestown Beach se han unido para  construir un endeble entramado de tablas y plásticos y reunido con mucho sacrificio algo de dinero para comprar un mínimo material educativo y pagar alguna pequeña compensación a los profesores que acuden a dar clase a unas dos docenas de niños divididos en dos niveles.


Falta de infraestructuras

La carencia de infraestructuras educativas es notable en todo el país. La escuela de Jamestown Beach no es la única escuela comunitaria que me encontré durante mi estancia de quince días en el país. Sólo en Ada, una apacible ciudad costera a dos horas de distancia de Accra, estuve en otras dos. Muchas de ellas han sido construidas con la colaboración de la cooperación extranjera. Bien de la cooperación oficial o bien de la cooperación de expatriados extranjeros instalados en Ghana.

Es el caso de la escuela de Anyakpor, cuya construcción han financiado dos amigos españoles, Ángel y Elena. Una sencilla pero sólida estructura de bloques de cemento, rematada por un tejado de madera y chapa da ahora cobijo a casi un centenar de niños de la comunidad, un barrio de pescadores en el que abundan las familias numerosas y los huérfanos: el mar es cruel y sus olas no respetan a padres de familia. La escuela ya funcionaba precariamente, bajo los auspicios de una de las muchas iglesias evangélicas locales, antes de que Ángel y Elena llegaran aquí. Ahora lo hace en un local digno del nombre de escuela.


La educativa no es la única carencia del país. El hospital de distrito de Ada está considerado el segundo mejor hospital público del país. Aunque sus instalaciones distan de alcanzar el nivel estándar de un hospital europeo, son bastante buenas. Sin embargo, se quedan a menudo sin suministro de luz y agua. Los generadores alimentados con gasolina apenas sirven para mantener en funcionamiento algunas cámaras frigoríficas en las que se guardan medicamentos e instrumental médico esencial. Los tres doctores del hospital, apoyados ocasionalmente por personal voluntario europeo, deben atender una población de unos 160.000 habitantes. De las tres ambulancias con que cuenta el hospital, sólo una es realmente operativa.

En buena medida, Ada es también un buen reflejo de las contradicciones del país. Al lado de comunidades extraordinariamente pobres como la de Anyakpor encontramos el mundo de los ricos ghaneses y expatriados que acuden a esta localidad a descansar los fines de semana de la ajetreada vida de Accra: los libaneses que han comprado islas enteras en esta región en la que el Volta vierte sus aguas al Atlántico, los políticos y hombres de negocios ghaneses que tienen su segunda residencia en la que les guardan sus yates y motos de agua, los europeos que trabajan para multinacionales y acuden a reposar en el lujoso hotel Tsarley Korpey.

Fe en la democracia

El crecimiento con desigualdad es una nota dominante de la economía ghanesa. Y será el principal desafío del nuevo gobierno repartir la riqueza proveniente del crecimiento entre los distintos estratos de la población. Los ghaneses que albergan una mínima conciencia crítica lo tienen claro. También tienen claro que, con todos sus defectos, la forma de llevar a cabo ese objetivo es la democracia.


Este es el sentimiento que domina entre los miembros de la redacción de noticias de Radio Ada, una emisora comunitaria que emite en dangme, la lengua local mayoritaria en la región. Guillaume y David son dos de sus periodistas voluntarios. Jóvenes despiertos e inquietos, son buenos informadores, pese a no haber pasado por la universidad. Y la palabra democracia asoma constantemente en su discurso. “Ya hemos hecho muchos experimentos de gobierno en este país, aseguran, y no han funcionado. Lo que mejor funciona es la democracia. No queremos perderla”.

Citan el ejemplo de la vecina Costa de Marfil, inmersa en un embrollado conflicto étnico-político desde la muerte del padre de la patria, Félix Houphouet-Boigni, como un hecho terriblemente negativo. Y es cierto que, tras 10 años de guerra civil abierta o soterrada, la antaño próspera ex colonia francesa es un lugar en el que reina la incertidumbre y el desasosiego.

Joshua, un despierto joven de 18 años que se prepara para ingresar en la universidad, también asegura que la democracia debe preservarse por encima de todo. Y Jawi, un rasta que frisa la treintena, a pesar de exaltarse hablando de las hazañas bélicas y del carisma como líder del ex presidente Rawlings –hasta cuya casa natal me conduce en Keta, otra de las ciudades de la costa ghanesa-, afirma convencido que, si bien el golpe de estado del entonces teniente de aviación fue necesario, la democracia es lo mejor que tiene hoy en día Ghana.

Los retos están ahí. Ghana es un país que mira al futuro sin dejar de mirar al pasado: los jefes tradicionales son una autoridad todavía muy presente en la vida cotidiana de sus gentes, que siguen creyendo en la magia y en la brujería al mismo tiempo que llena los cibercafés y sigue de cerca el desarrollo de las ligas de fútbol europeas. El país crece con desigualdad. La corrupción y la economía sumergida siguen siendo un hecho común. Las carencias de infraestructura y servicios, especialmente en los slums de las grandes ciudades y en las extensas áreas rurales del país son innegables. Pero es un país en el que, por encima de todo, su gente cree en la democracia. Y eso supone, en cualquier sitio pero más en el contexto africano, una gran esperanza.



No hay comentarios: